martes, 18 de octubre de 2011

JESUS DE NAZARET

JESÚS DE NAZARET.




Por qué soy Cristiano

O al menos, por qué intento serlo, ya que no soy ningún santo, sino un hombre con muchos defectos (como casi todos, por cierto).

Intento ser Cristiano, un buen Cristiano, porque Creo en Dios, creo en Jesucristo, creo en el Espíritu Santo, en la Virgen María, en la Iglesia, etc., etc., etc. Y no se trata de una afirmación aprendida de memoria, sino de una constatación:

Yo Creo.

Creo desde y gracias a mi Fe, creo desde mi razón, desde mi libertad, creo desde todo lo bueno de mi vida, y también desde todo lo malo. Mi Fe es una apuesta personal e intransferible basada en mi Yo, pero en comunión con todos mis hermanos que alcanzamos, todos unidos, la comunión con el Espíritu Santo. Porque mi Fe individual nada es, pero está unida indivisiblemente a Fe de todo el Pueblo de Dios, y eso es lo que la hace grande y digna del Señor.

Yo soy una persona libre para creer y para no creer, pero Yo Creo. Creo porque soy libre y porque siento que mi Fe me libera. "La Verdad os hará libres" y nadie se siente más libre que el que cree. En la dicha o en la desdicha, en su casa o en la prisión, en la salud o en la enfermedad, aquel que cree es libre porque ha entregado su alma a Dios y no hay barreras que la aprisionen. Los cristianos sabemos que nuestra alma es de Dios, y por eso, aún aprisionados por la desdicha, la enfermedad o por muros, tenemos la confianza de seguir siendo libres.

Creer en Cristo es creer en la Humanidad, porque el mensaje de Cristo es un mensaje universal que a todos los hombres nos concierne. Un mensaje de amor entre todos los hombres bajo un sentimiento de hermandad más allá de toda raza. Esto, que hoy nos gusta tanto, fue "inventado" hace 2.000 años por Jesús.

Los cristianos vivimos nuestra Fe en comunión con Dios y con la Iglesia. Eso significa que Dios forma parte indivisible de nosotros a través del Espíritu Santo. Dios es el dueño de nuestra alma, de nuestro santuario en el que sólo Él puede habitar y al que nuestra Fe mantiene libre de odio, rencor, venganza, ira, violencia, etc. Sentir a Dios es sentirse limpio por dentro, sentir nuestra alma a salvo de la corrupción, y eso sólo se consigue invocando a Dios a través del Espíritu Santo para que nos ayude a permanecer limpios. El diálogo con Dios es fundamental para ello. La oración es el diálogo que mantenes con Dios si no repetimos mecánicamente frases, sino que las proclamamos siendo conscientes de su pleno significado.

¿Te has parado a pensar en cada una de las frases que componen el Padrenuestro?

Esta es una de las más bellas oraciones con las que podemos llegar a Dios:

El señor es mi luz y mi salvación, El señor es la defensa de mi vida, Si el señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, habitar por siempre en su casa gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo santo.
El señor es mi luz y mi salvación, El señor es la defensa de mi vida, Si el señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar?
No me escondas tu rostro Señor, buscaré todo el día tu rostro, si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá.
El señor es mi luz y mi salvación, El señor es la defensa de mi vida, Si el señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? ¿quién me hara temblar?



El JESÚS oculto

Un pequeño inciso: ¿Cuándo nació Jesús? No es algo que tenga importancia teológica, pero la curiosidad histórica nos lleva a preguntárnoslo. Generalmente se cree que Jesús nació el año 1 de nuestra era. En realidad Jesús nació el 6 ó el 7 (antes de Cristo), ya que fue en esta fecha cuando se realizó el censo ordenado por el gobernador de Siria, Cirino, y que obligó a José y a María, que residían en Nazaret, a viajar hasta Belén para registrarse, ya que ambos eran de la tribu de David. Y allí, en Belén, fue donde nació Jesús. El error lo cometió Dionisio el Exiguo en el siglo VI al hacerse un lío con las fechas, pero no es más que una anécdota que en nada influye en el Mensaje de Cristo.



No podía tener el Hijo de Dios un alumbramiento más digno que en un establo, adorado por pastores. Frente a los palacios y a las riquezas mundanas, Cristo nos dio una lección eterna de humildad. Dios no necesita mármoles ni oro para afirmar su dignidad porque Dios es Dios en el establo y donde haga falta. Es la soberbia humana la que se adorna con joyas. Dios sólo necesita adornarse con su Poder.



LA VIDA PUBLICA DE JESÚS DE NAZARET.

   
 Los cristianos "hemos de meditar la historia de Cristo, desde su nacimiento en  un pesebre, hasta su muerte y su resurrección (...). Hace falta que conozcamos bien la vida de Jesús, que la tengamos toda entera en la cabeza y en el corazón, de modo que, en cualquier momento, sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película (...). Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata sólo de pensar en Jesús, en representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores. Seguir a Cristo tan de cerca como Santa María, su Madre, como los primeros doce, como las santas mujeres, como aquellas muchedumbres que se agolpaban a su alrededor. Si obramos así, si no ponemos obstáculos, las palabras de Cristo entrarán hasta el fondo del alma y nos transformarán" (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 107).


1. Los misterios de la vida pública de Jesús:
    De los muchos acontecimientos de los tres años de vida pública de Jesús se pueden destacar el bautismo en el Jordán, las tentaciones en el desierto, la predicación sobre el Reino de Dios, la transfiguración en el monte Tabor, la subida a Jerusalén, su entrada mesiánica en la Ciudad Santa y los misterios finales de la Pasión y muerte para redimir a los hombres.



2. El bautismo de Jesús en el Jordán:
    Con el bautismo comienza la vida pública del Señor. El Precursor se resiste a bautizarle, pero Jesús insiste y Juan Bautista le bautiza. Fue el momento de la manifestación de Jesús ante el pueblo de Israel como el Mesías prometido del Antiguo Testamento y como el Hijo de Dios igual al Padre. El bautismo de Cristo nos recuerda nuestro bautismo.


3. Las tentaciones de Jesús en el desierto:
    Después de ser bautizado por Juan, Jesús se retiró al desierto para rezar, permitiendo ser tentado por el diablo. Las respuestas al tentador ponen de manifiesto la identificación filial con el designio de la salvación querido por Dios, su Padre. La Iglesia celebra cada año la cuarentena de Jesús en el desierto, venciendo con su penitencia las tentaciones del diablo para darnos ejemplo.


4. La predicación sobre el Reino de Dios:
    Jesús vino al mundo a predicar el Reino de Dios y fundar la Iglesia. De esta predicación son especialmente significativos el Sermón de la Montaña y las parábolas, confirmando su misión con la santidad de vida y los milagros. Desde el comienzo de la vida pública, Jesús eligió doce Apóstoles para estar con Él y asociarlos a su misión.


5. La transfiguración de Cristo en el Tabor:
    Jesús se transfiguró en presencia de sus discípulos predilectos: Pedro, Santiago y Juan, para fortalecer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de la Pasión. Según la tradición sucedió en el monte Tabor.


6. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén:
     Jesús sube a Jerusalén voluntariamente, dispuesto a morir, pues sabía que allí iba a consumarse -por el sacrificio de la cruz- la salvación de los hombres. La entrada mesiánica en Jerusalén, que celebramos el Domingo de Ramos, manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías -recibido en su ciudad por los niños y por los humildes de corazón- va a llevar a cabo con su muerte y resurrección.


7. Del Cenáculo a la Cruz:
    "Viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13,1). Así introduce San Juan el relato de los últimos acontecimientos de la vida del Señor antes de padecer; en efecto, estos momentos revelan cuánto sufrió y hasta qué punto nos amó. Envió a dos discípulos a preparar la pascua, y Jesús con los Apóstoles se reunieron en un salón que la tradición designa como el Cenáculo.
    Entonces desahogó su corazón en un largo discurso, que sirve de marco al lavatorio de los pies, dándoles ejemplo de humildad y de servicio; al mandamiento nuevo del amor, que les confía; a la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ("Haced esto en memoria mía" (Juan 22,19); a la promesa del Espíritu Santo; a la oración sacerdotal, que abre la perspectiva de la gloria de la Cruz, donde se restaura la gloria del Padre y se abren a los hombres las puertas del cielo.
    Ante tantos acontecimientos -y no fue el menor la traición de Judas y las negaciones de Pedro-, Dios Padre glorificó a su Hijo con la resurrección y ascensión al cielo,  donde está sentado a la derecha del Padre.


8. Conocer la vida de Jesús:
    Cada cristiano debe conocer y reproducir en sí mismo la vida de Jesucristo; mucho le ayudará el leer y meditar la Sagrada Escritura, de donde sacará continuas lecciones para el seguimiento de Jesús, que nos marca el camino de la santidad en la vida ordinaria de la familia y del trabajo.




TALLER.


1.  Responde a la pregunta: ¿Por qué eres cristiano? y si no eres cristiano, ¿Por qué no eres cristiano?

2.  Escribe tu opinión sobre la vida oculta de Jesús.

3.  Qué opinas acerca del nacimiento de Jesús, según la modernidad y la presentación melódica?

4.  Realiza un mapa conceptual de la vida pública de Jesús.

5.  Explica las bienaventuranzas de acuerdo al video y en que consiste el sermón de la montaña.



"RECUERDA QUE JESÚS QUIERE ACTUAR EN TÍ, PERO NO SEAS COMO EL PACIENTE QUE LE PIDE AL MÉDICO QUE LE CURE PERO LE SUGIERE EL MODO DE HACERLO, DÉJATE LLEVAR POR LOS BRAZOS DIVINOS DE JESÚS, NO TENGAS MIEDO, DÉJALO SER DIOS".  

miércoles, 10 de agosto de 2011

JESUS DE NAZARET.

...NUNCA HABIA VISTO A UN SER MAS GRANDE QUE A UN DIOS QUE SE HIZO HOMBRE....



ORACION A JESUS CRUCIFICADO.

Rezando esta oración delante de un crucifijo, después de haber recibido la Santa Comunión, se gana indulgencia plenaria, con tal que se añada alguna breve oración, un Padre Nuestro y un Ave María por la intención del sumo pontífice (Pío IX).


¡Oh! Mi amado y buen Jesús, postrado en vuestra santísima presencia; os ruego con el mayor fervor imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito firmísimo de enmendarme; mientras que yo, con todo el amor y con toda la compasión de mi alma, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente aquello que dijo de Vos, Oh buen Jesús, el Santo Profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos.

 


ACTIVIDAD PEDAGOGICA.
  1. Escribe las ideas principales de las meditaciones (De las palmas a las lagrimas - Allí estabamos todos), las cuales resumiran el acontecimiento salvífico que Dios ha obrado en nosotros a través de su hijo Jesucristo.
  2. Escribe una composición en donde puedas mostrar la esencia del cristianismo, puedes apoyarte en las ideas anteriores y lo extraido en el estudio de ésta página.
  3. Escribe tu opinión acerca del estudio que haz realizado sobre el cristianismo, dicha opinión la debes escribir en los comentarios de éste blog.
DE LAS PALMAS A LAS LAGRIMAS.


Con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, «la ciudad que mata a los profetas», abrimos la Semana Santa, «no porque sus días sean más grandes que los demás, los hay más largos; ni porque haya más días, son iguales; sino porque en ellos han sido llevadas a cabo por el Señor cosas admirables» (San Juan CRISOSTOMO).
Y no nos cansamos de contemplar estas cosas admirables que los evangelios nos recuerdan. Admirables los sufrimientos de Cristo, admirable el amor de Cristo, admirable la victoria de Cristo, admirables todas las palabras y los gestos de Cristo.
La entrada en Jerusalén quiere ser como la entronización del Mesías. «Yahveh me ha dicho: hijo mío eres tú» (Sal. 2, 7). Se lo ha repetido en varias ocasiones solemnes: «Tú eres mi hijo». Hoy es el momento de la participación popular, un acto enteramente democrático, llamado el pueblo a las urnas de la libertad y del Espíritu para aclamar a su Rey.
No ha habido campañas especiales. No pudo haber manipulación del voto. Todo fue un movimiento espontáneo que se encargó de conjuntar el mismo Espíritu de Dios. Aquí sí podemos decir con verdad que «la voz del pueblo era la voz de Dios». Respondieron, naturalmente, los sencillos y los pequeños, lo que siempre ha sido el corazón del pueblo.
No faltaron voces discordantes, personas ciegas o interesadas o endurecidas, más duras que las mismas piedras, que estuvieron a punto de unirse al coro de los niños y los pobres.
El día estaba ya escogido y aun descrito por los profetas. «Este es el día que hizo el Señor» (Sal. 117, 24). Era el día de la alegría y de la alabanza, el día del triunfo y la acción de gracias. «Escuchad: hay cantos de victoria en la tienda de los justos... Sea nuestra alegría y nuestro gozo. Bendito el que viene en nombre del Señor». En otras ocasiones quisieron hacer rey a Jesús, y él lo rehusó. Pero hoy es el día que hizo el Señor.
Pues este día todos, casi todos, sienten una vibración de gracia. Los discípulos, llenos de fe y entusiasmo, no podían callar. Se contagió una gran muchedumbre de gente sencilla, y se forma una procesión espontánea aclamando al Señor, que entra como rey en su ciudad.
Una procesión curiosa, por la gente y por el estilo. Hay más niños que soldados, hay más pueblerinos que príncipes. Las espadas se han cambiado por los ramos de olivo, las marchas triunfales por cantos populares, las carrozas por alfombras naturales y los caballos por un burro.
Es el estilo de Dios. "Este es el día que hizo el Señor. Ordenad una procesión con ramos". Aquella comitiva no se daba cuenta que estaba cumpliendo una profecía. Zacarías también lo había descrito. «¡Exulta sin mesura, hija de Sión, lanza gritos de gozo, hija de Jerusalén! Mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica» (Zac. 9, 9).
-Admirable la humildad de Jesús:
Incontables son las pruebas de su humildad, desde el día de su nacimiento. Hoy quiere también enseñarla, precisamente en el día de su triunfo. Todo el estilo de esta entronización real tiene el encanto de lo sencillo. El reino de Dios es muy distinto a los reinos de la tierra. Jesús lo había llegado a comparar... «¿A qué se parece el reino? ¿A una gran revolución? ¿A una gran victoria militar? ¿A una apoteosis orquestada por los ángeles? No, amigos. El reino de Dios se parece a un grano de mostaza, así de pequeñito, pero así de fuerte. Se parece a un tesoro magnífico, el más valioso de todos, pero oculto. El valor va por dentro...». Se parece a un ejército de pobres y niños con ramos de olivo en sus manos. Se parece a un rey montado sobre un asno. El es el rey de reyes, el más hermoso y más poderoso de los hijos de los hombres. Pero hoy se presenta como el rey de los humildes montado en un pollino. Más tarde se presentará como el rey de los dolientes, sentado en el trono de la cruz y coronado de espinas.
-Admirable la paz de Jesús:
Camina Jesús, humilde y desarmado, sobre un burrito. La paz es su bandera y su estandarte. A su paso bendice con ternura. El mismo es todo bendición, todo un poema pacificador. Su entrada triunfal en un asno, entre ramos de olivo, aclamado por niños y pobres, es signo y profecía. Signo de la paz de Dios que se concentra en Cristo, y hoy se ofrece una vez más a Jerusalén y a todos los pueblos. Profecía contra todo tipo de violencias y de armas. «El suprimirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén, será suprimido el arco del combate y él proclamará la paz a las naciones» (Zac. 9, 10). Es un rechazo expreso de las armas y de la belicosidad. El Señor no quiere ni carros ni caballos, ni tanques ni fusiles, ni arcos ni bombarderos, ni flechas ni misiles.
No lo quiso ni lo quiere. Si pasamos páginas, veremos que hoy el Señor no puede sino bendecir todos los esfuerzos que se hacen para progresar en el camino del desarme y del entendimiento. Estos modernos trabajadores de la paz son los continuadores de aquella gente sencilla que recibió a Jesús con ramos de olivo. O son, tal vez, el burrito sobre el que Jesús sigue cabalgando para llevar la paz a todas las ciudades y los pueblos de nuestro tiempo.
Y tendrá que mirar con simpatía a todos los movimientos que se visten de verde y sustituyen las armas por las flores y las máquinas por los árboles, que levantan banderas con los colores del arco iris y piden amor y respeto para todos los hombres y para toda la naturaleza. Y aplaudiría a los objetores de conciencia, que se olvidan de todo tipo de armas. Y animaría a los objetores fiscales, para que ni una sola peseta se manche en proyectos militares o armamentistas.
El Señor bendice a todos los trabajadores de la paz, y a todos extiende sus manos abiertas, cariñosas, pacíficas. La Paz camina hacia Jerusalén, que significa "ciudad de paz". Jerusalén, más que un concepto geográfico- histórico, es un concepto espiritual. Jerusalén es toda ciudad y toda persona en las que mora la paz. El Mesías sigue caminando hacia Jerusalén. Que se cierren todos los templos de la guerra y se licencie a todos los soldados. La Paz entra en su ciudad.
-Admirable la victoria de Jesús:
No son victorias conseguidas en ninguna guerra ni en ninguna competición. Son victorias que están a un nivel más profundo. Victorias sobre todas las fuerzas malignas que hay en el hombre o pueden al hombre. El Mesías ha venido, no para vencer a los hombres, sino para vencer el mal que hay en el hombre. Ha venido para liberarlo de todo lo que le oprime, esté fuera o esté dentro de él.
Estas fuerzas pueden llamarse demonios o potestades tenebrosas o reino de las tinieblas; o pueden llamarse Ley, tradiciones, ambiente, estructuras, poderes fácticos; o pueden llamarse vicio, droga, orgullo, lujuria, violencia, consumismo. Cristo ha vencido todas esas fuerzas. "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (/Lc/10/18). «Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc. 11, 20). Y continúa Jesús explicando que el hombre bien armado que defendía tranquilamente su palacio ha sido vencido por otro más fuerte que él (Lc. 11, 21-22). Cristo es el más fuerte.
Y Cristo ofrece al hombre la posibilidad de seguir cosechando las mismas victorias: «Os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre toda potencia enemiga» (Lc. 10,19). E incluso sobre sus manifestaciones: «Impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien» (Mc. 16, 18).
-Admirable la compasión de Jesús:
Lágrimas de Jesús «Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc/19/41). La Jerusalén que se presentaba a la vista de Jesús no era precisamente la «ciudad de la paz» que él hubiera deseado ver. Era la Jerusalén del Templo y de los palacios, de las torres y las fortalezas, de las murallas y los soldados, de los comercios y los mercados. Y esa Jerusalén está bien cerrada y bien ciega. Ni quiso recibir al Mesías ni supo conocer al mensajero y portador de su paz y de su libertad: «¡Si al menos tú conocieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no, está escondida a tus ojos» (Lc. 19, 42).
Entonces lloró Jesús. Lágrimas de pena y compasión, porque la ciudad elegida, la hija hermosa de Sión, no era fiel a su destino. Por eso, la suerte que le espera será espantosa. La hija se convertirá en esclava, la elegida en repudiada, la bendita en la desgraciada. Toda su grandeza y hermosura se convertirán en ruinas.
Jesús se olvida de sí mismo, aun en el día de su gloria, como se olvidará también de sí mismo en el día de su dolor (cf. Lc. 23, 28-31); y pensando en la triste suerte de Jerusalén y de sus hijos, no pudo contener las lágrimas. Y es que ni el mismo Mesías puede llevar la salvación a los que se niegan a recibirla. El mismo Dios se siente impotente y llora. No puede hacer otra cosa por ellos que acompañarles en su pasión.
Esta Jerusalén ciega y sorda será signo y profecía de todas las ciudades orgullosas y violentas que no están dispuestas a recibir al Mesías y rechazan la paz que se les ofrece. Son madres sin entrañas que devoran a sus propios hijos. A todas les espera una suerte triste; si no es la ruina, será el vacío, el cansancio y la tristeza. Sobre todas estas ciudades Jesús sigue llorando.
-El ejemplo del burro:
Si nos fijamos, es una de las pocas cosas que necesitó Jesús. Mandó a sus discípulos que se lo trajeran, «porque el Señor lo necesita» (Mc. 11, 3). Jesús nunca pidió dinero ni casa ni comida ni defensa. Pidió, sí, un par de veces un poco de agua, a la vez que prometía veneros de agua viva. ¡Qué hermosa recompensa tendrán los que sepan ofrecer a los sedientos un vaso de agua fresca!
Ahora Jesús necesita un burrito. No pide un mulo o un caballo. El burro se adapta mejor, porque es paciente, es manso, es laborioso, es sencillo, es pequeño, es humilde. El burro carga con todo, como Jesús. Hay pinturas que simbolizan a Jesús como un elefante que lleva sobre sus lomos el peso del mundo. El burro vale para todos los trabajos, especialmente los humildes. Jesús se entrega a todo lo que el Padre le encomiende. El burro se deja conducir fácilmente. También Jesús se deja llevar enteramente de la mano del Padre. El burro no es violento, y aguanta muchos palos. Es lo que hizo Jesús en su pasión. El burro no se presenta a concursos, ni se jacta de su trabajo, ni exige recompensas. Tampoco Jesús se manifestó gloriosamente, sino que se ocultó en el más grande anonimato y se rebajó hasta la muerte de cruz. El burro tiene dos grandes orejas, porque está más dispuesto a escuchar que a rebuznar. Algo que va siempre muy bien con todo discípulo de Cristo.
Marcos apunta dos detalles sobre el burro:
«En él ningún hombre ha montado» (11, 2). Este mismo dato lo recoge Lucas: «En él ningún hombre ha montado jamás» (19, 30). Este paseo de Jesús era por lo tanto una primicia, como si el burro estuviera hecho y preparado para esto. No estaba aún manchado por otras monturas y otros caminos. El estaba reservado para el Mesías y para la Paz. Su misión era llevar en triunfo a la Paz. No se por qué utilizamos tanto la paloma como símbolo de la paz. Habría que empezar a utilizar el burro.
"Que luego lo devolverá" (11, 3). El Señor no quiere propiedades, y menos exigidas. Así que, terminada la procesión, los discípulos devolvieron el burro a su madre y a sus dueños. Seguro que el burrito lloraría también por tener que separarse de tan buena montura. El debiera haber sido consagrado solamente para el Mesías. Y ya no se dejaría montar fácilmente. Hubiera sido bonito que en este burro nadie más hubiese montado. O, quizá, que montaran todos, pero todos los que llevaban en el corazón el mensaje de la paz. Recordando el asno, al que alude Jacob en su bendición a Judá (Gn. 49, Il), la liturgia siríaca hace este simbólico comentario: «Jacob ató un asno a una cepa de viña y esperó. Vino Zacarías, que lo desató y lo dio a su Señor».
Rafael Prieto Ramiro
UN AMOR ASI DE GRANDE
CUARESMA Y PASCUA 1991.Págs. 130-134


ALLÍ ESTABAMOS TODOS.

Una presencia temblorosa, llena de amor
¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?
¿Estabas allí cuando le clavaron en el árbol?
¡Oh! A veces me hace temblar, temblar, temblar.
¿Estabas allí cuando crucificaron a mi Señor?».
                                                                (Himno popular americano)

Ninguno de nosotros estaba allí cuando crucificaron a nuestro Señor ni cuando fue  depositado en el sepulcro. Si hubiéramos estado allí, no lo hubiéramos permitido, como dijo  aquel caudillo franco. Por lo menos, nos hubiéramos acercado a él todo lo posible,  hubiéramos entrañado todos sus gestos y palabras, hubiéramos asumido todos sus dolores,  hubiéramos llorado todas sus lágrimas y calmado su sed infinita, hubiéramos recogido su  sangre divina.
Si hubiéramos estado allí, habríamos deseado que nos crucificaran con él, para  acercarnos más todavía y compartir todos sus sufrimientos: dolor con Cristo dolorido,  quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna por todo lo que Cristo sufrió por  mí.
Si hubiéramos estado allí... Si hubiéramos estado allí, habríamos gritado la injusticia. Pero ¿cómo se puede condenar  al Justo? Hacemos constar que es el mayor pecado de la historia. Si hubiéramos estado allí, habríamos temblado de indignación, habríamos temblado de  espanto, habríamos temblado de emoción.
Si hubiéramos estado allí... Pero si la verdad es que todos estuvimos allí, cuando lo  crucificaron, cuando lo clavaron en el árbol. Todos estábamos allí y con doble presencia. Estábamos allí, en primer lugar, con los jueces, con los sayones, con la gente curiosa, con  la muchedumbre pasiva.
Allí estábamos... Allí estábamos todos dando fuerza al cobarde Pilato, para que acabara de firmar la más  injusta sentencia que se haya jamás pronunciado; después le ofrecimos una hermosa  jofaina, para que se lavara bien las manos. Aún se las está lavando el pobre. Allí estábamos levantando la mano de los verdugos, para descargar sus golpes sobre el  cuerpo santo e inocente de Cristo, con fuerza bruta, rutinaria, anónima. Eran máquinas de  matar, frías, impersonales, olvidadizas. A todos los verdugos, los que le azotaron, los que le  coronaron de espinas, los que le clavaron en la cruz, a todos les dimos una estampa de su  victima, para que nunca la olvidaran. Esta víctima era «la Víctima».
Allí estábamos riendo y gritando con las autoridades, los letrados y los notables,  saboreando el triunfo de su poder, sugiriéndoles palabras y dichos hirientes para redondear  mejor la faena. Ahí está el Mesías que no se defiende, el Mesías que se retuerce de dolor y  que grita de espanto. ¿Hay todavía alguno que le pueda tomar en serio? Si ni puede bajar  de la cruz ni salvarse a sí mismo, ¿a quién va a poder salvar? Les dimos un INRI, la  identidad del crucificado, palabras que quedaron escritas para siempre, a pesar de las  protestas.
Allí estábamos todos con la gente pasiva y curiosa, los que se dejaban llevar, los que se  limitaban a comentar lo sucedido, los que criticaban, los que se lamentaban, los que  compadecían. En el fondo, todos cobardes y faltos de fe. El hecho más importante y  dramático de la historia sólo les roza superficialmente, objeto de leves comentarios. A todos  les regalamos una tablilla, en la que figuraban las siete palabras del crucificado.
Allí estábamos con el mal ladrón, blasfemando nuestros dolores y desgarros, lanzando  contra el Cordero divino nuestros delitos y errores, dando coces contra el aguijón, gritando  al cielo nuestra desesperación. A este pobre ladrón le regalamos un vídeo con las actitudes  y palabras del ladrón compañero, con las actitudes y palabras del que sufría en medio de  los dos, ladrón de corazones.
Allí estábamos con los soldados que se repartieron sus ropas y sortearon su túnica.  Cumplían un salmo (22,19). No sabían esos pobres soldados el botín que se ponía en  juego. ¿Qué precio no pagaríamos hoy por conseguir una de esas piezas? ¿Quién de esos  soldados se vestiría de Cristo? Les regalaríamos las cartas de Pablo para que se fueran  enterando.
Y allí estábamos con los soldados que le dieron a beber vinagre. Tampoco sabían éstos  que estaban cumpliendo una profecía: «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Salm. 69,  22). No sabían quién era el que les pedía de beber, el que podía saciarles a todos  definitivamente, el que era venero inagotable de agua viva. No sabían qué sed era la que  gritaba ese divino crucificado. Le dieron, le dimos, a beber vinagre, que es el fruto que más  abunda en nuestras viñas. Estos soldados recibieron como premio, al fin y al cabo se  mostraron compasivos, el relato de la samaritana.
Y allí estábamos con el soldado que se atrevió a abrir el costado de Cristo con la lanza.  Tampoco éste sabía que estaba realizando una acción profética, para que se cumpliera la  Escritura: «Verán al que traspasaron» (Zac. 12,10). No sabía que ese golpe de gracia se  convertiría en verdadera fuente de gracia. No sabía, no sabíamos, qué puerta de salvación  se estaba abriendo de par en par. Dicen que esta lanza fue encontrada en tiempos de las  cruzadas. La lanza no nos importa, sino el efecto que produjo. Un golpe de gracia definitivo.  Para él, una imagen del corazón de Cristo.
Allí estábamos todos, porque en ese momento se concentraba toda la historia, para lo  malo y para lo bueno. Allí se concentraba todo el pecado del mundo, el pecado de todos los  hombres de todos los tiempos; y no sólo las grandes injusticias, los odios terribles, las  violencias desatadas, las mentiras inconcebibles, sino también los pequeños miedos, las  ridículas equivocaciones, frecuentes engaños, las fáciles seducciones, las inconscientes  omisiones, todos los pecados de debilidad e ignorancia.
La cruz recoge toda la inhumanidad humana. Es la expresión  de toda ceguera, toda debilidad y toda maldad. Es el triunfo de las tinieblas, lo irracional, lo  desnaturalizado, lo inmisericorde, lo inhumano en estado puro.
«La cruz no es solamente el madero, es la corporificación del odio, de la violencia y del  crimen humano» (L. Boff). Es el pecado. Al cargar con la cruz, Cristo cargó con el pecado: el  mío, el tuyo, el de todos. El Cordero de Dios cargó con el pecado del mundo, haciéndose a  sí mismo «pecado» (2 Cor. 5, 21).
Estábamos allí condenando al Justo  Por lo tanto, cada vez que cometemos una injusticia, estábamos allí condenando al Justo;  cada vez que mordemos al hermano con la critica o la calumnia, estábamos allí  sentenciando al Inocente; cada vez que despojamos al pobre con nuestro egoísmo y nuestra  insolidaridad, estábamos allí repartiéndonos sus ropas; y cada vez que agredimos al  indefenso con nuestra violencia o nuestra prepotencia, estábamos allí torturando al  Cordero; y cada vez que negamos al prójimo una ayuda, estábamos allí como espectadores  fríos e insolidarios; y cada vez que callamos por miedo y no actuamos proféticamente,  estábamos allí, sin atrevernos a dar la cara, ni a salir en defensa del condenado ni a  expresar siquiera nuestros sentimientos. Cuando traicionamos, estábamos allí; cuando  somos cobardes, estábamos allí; cuando somos infieles, estábamos allí; cuando dudamos,  estábamos allí; cuando mentimos, estábamos allí; siempre que nos ciega y nos esclaviza la  pasión, estábamos allí.
Aunque también podríamos decirlo a la inversa, que es Cristo el que está aquí. Cristo se  hace presente en todo hermano que esté oprimido, marginado o injustamente condenado;  en todo el que es pobre, débil, explotado o torturado; en todo el que es de un modo u otro  víctima de su hermano. Pues si él está aquí, es que estábamos nosotros allí.
-En la mente y en el corazón de Cristo  Hay una segunda manera de estar allí presente, esta vez cálida y amorosamente:

No me  refiero a cuando hacemos el bien a alguien, cuando vivimos en la fe y en el amor. Todos estábamos allí, en la mente y en el corazón de Cristo. El nos conocía a todos,  sufría por todos, nos amaba y redimía a todos. Es verdad el pensamiento de Pascal: "Yo  derramaba tal y tal gota de sangre pensando en ti"; antes de que llegaras a la existencia, yo  te elegí; antes de que te formaras en el vientre materno, yo te redimí; antes de que  nacieras, yo te amé.
Estábamos allí todos, siendo objeto de la oración de Cristo, que nos iba presentando al  Padre en aquel momento de gracia. Estábamos allí y también a nosotros dirigía sus  palabras: por cada uno de nosotros pedía perdón al Padre, «porque no sabemos lo que  hacemos»; a cada uno de nosotros prometía el paraíso: «Hoy estarás conmigo», y eso es ya  el paraíso; a cada uno de nosotros encomendó la madre, para que la «llevemos a nuestra  propia casa».
Estábamos allí todos: nos veía en su madre, un mar de sufrimientos y misericordia. Nos  veía en Juan, el amigo, el que mantuvo la fe, el que acogió la madre. Nos veía en  Magdalena y demás piadosas mujeres, las valientes y generosas, las que dieron la cara, las  que mejor compadecieron, las que tanto amaron.
Nos veía en Nicodemo y José de Arimatea, en el Cireneo y la Verónica, los que le  prestaron sus buenos servicios, compartiendo su cruz, enjugando su rostro, quitándole los  duros clavos y bajándole del madero, lavándole, ungiéndole, envolviéndole en la sábana,  colocándole delicadamente en el se- pulcro.
Estábamos allí siendo objetos de su amor y amándole; siendo redimidos por él y mirándole  con fe, como aquellos israelitas que miraban la serpiente de bronce en el madero; siendo  lavados en el agua y la sangre que fluían de su costado, nosotros inmersos en ese doble  torrente de vida. Estábamos allí, recibiendo el Espíritu que él entregaba al Padre y a  nosotros.
Estábamos allí con él, formando parte de su cuerpo dolorido, uno más de sus sagrados  miembros ¿No sabéis que somos todos el Cuerpo de Cristo? Todos estuvimos clavados en  la cruz con Cristo, todos morimos con él, todos fuimos con él sepultados y todos  resucitaríamos con él. El misterio pascual de Cristo es también el nuestro. ¡Cuantas  consecuencias para nuestra vida, si realmente lo entendiéramos y lo viviéramos así!

«¿Estabas allí cuando le depositaron en el sepulcro?
¿Estabas allí cuando Dios le resucitó de entre los muertos?
¡Oh! A veces me hace temblar, temblar, temblar.
¿Estabas allí cuando Dios le resucitó de entre los muertos?».
A veces me hace temblar, temblar, temblar:
Temblar por el dolor y el arrepentimiento,
temblar por la indignación y la compasión,
temblar por la emoción y la alegría,
temblar por el éxtasis y el estremecimiento.

Hay razones sobradas para sentir este asombroso temblor. Al constatar tu presencia viva  en el misterio, al saberte protagonista de los más importantes acontecimientos de la historia,  al verte inmerso en un océano de misericordia, al sentirte traspasado por unos ojos llenos  de ternura y amor, al reconocer la victoria del amor y de la gracia, es como estar junto a la  zarza ardiendo o dentro de la nube divina, es como sentirte invadido por una fuerza  misteriosa que te arrebata y transciende, es entrar en la danza del Espíritu. Reviviendo el  misterio pascual, se tiene que apoderar de nosotros un santo y maravilloso temblor.
CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA
1990.Págs. 119-124